Segorbe, capital del Alto Palancia,
ofrece un bello entorno natural; Max Aub fue un visitante de la comarca. Es
celebrada su Entrada de Toros y Caballos
Entre Valencia y Teruel,
justo donde empieza lo mudéjar, que le viene señalado al viajero en la A23,
está Segorbe. «Hacia abajo, caídos hacia la mar por Jérica y Segorbe, los
pueblos de Valencia; cuesta arriba, por Sarrión, el áspero, desnudo camino de
Teruel». Así lo contó Max Aub, cuya fundación radica en Segorbe, aunque por
allí solo pasara alguna vez. Donde más estuvo fue en Viver, no muy lejos, pero
nos vale Segorbe, cabeza del Alto Palancia, intermedio entre lo valenciano y lo
aragonés y también entre dos sierras, la Calderona y Espadán, que encierran su
paisaje y matizan el acento y el carácter de sus habitantes.
Segorbe tiene catedral y un
aire embalsamado de Oleza más pequeña.
Serio el yantar: arroz al
horno y olla segorbina («Después de Dios, la olla») que echa a la alubia blanca
jamón y menudencias; los embutidos, que pueden degustarse en feria y el
estupendo aceite de Espadán, que en Segorbe cuenta hasta con un museo. La vida
allí tiene la regularidad del ciclo del olivo y el gusto por la exploración del
«boletaire».
Segorbe es centro de un
paisaje que en verano se abre con un clima suave que atrae turismo de interior
y cierta burguesía que veraneó siempre en lugares como Navajas o Bejís, muy
cerca. Era al valenciano lo que la sierra al madrileño. Merece la pena
acercarse hasta el Parque Natural de Espadán a través de Almedíjar. Llegar
hasta Eslida (dejen el coche abajo), seguir la Vía Verde, visitar la torre
mudéjar de Jérica o el Salto de la Novia en Navajas, donde además está el museo
del excelente escultor Manolo Rodríguez, autor, entre otros, del retrato del
banderillero Montoliu en la Plaza de Toros de Valencia. Don Manuel me abrió una
vez su casa, camarín de finura y arte, gracias a mi amigo Castañer, un
segorbino azoriniano.
Cómo serán en Segorbe que la
radio (no lo sabe nadie) se inventó allí. Valencianos secos, más hondos, como
el clima, que en verano sacan una silla a la puerta de la calle y celebran las
mocedades a la voz de «¡galanas!».
Aub recordó siempre de ese
paisaje el rumor del agua, pues es tierra de abundantes manantiales que parecen
recogidos todos en la Fuente de los 50 caños, y el «toro de fuego», el
«embolado», fiesta nocturna de esta tierra donde los niños aún juegan a ser
toro.
En Segorbe, ahora que hemos
visto San Fermín, hay otro tipo de encierro con más de seiscientos años que,
por fortuna, nunca recibió la visita de Hemingway: la Entrada de Toros y
Caballos. Al inicio de septiembre, ya con unos días de fiesta, los vecinos
acuden a lo alto del pueblo a ver subir los toros por el camino del Rialé.
Tanto como la Entrada, llama la atención esta delicada y jubilosa observación.
Luego, ya en el toril los animales, suena una carcasa y hay una estampida que
los jinetes deben dirigir por el centro del pueblo, entre la multitud. Aquí
corren el toro y el caballo, pero la cercanía es tanta que al terminar, en
apenas dos minutos, se siente toda la energía del tropel. La intensidad de
vivir llega a los pulsos y uno se va a comer y a beber con otras hambres.
15 jul. 2014
ABC
HUGHES Monforte de Lemos
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