En la salida de nuestra honda crisis solo quedaba un
camino, el difícil, si hubiese habido dos, todos, también Mariano Rajoy,
habríamos optado por el otro.
A la dramática situación de los más de cinco
millones de parados solo le quedaba esta profunda reforma laboral como
salvación. Sin embargo, quienes nos metieron en la crisis y aquellos que
mantuvieron un silencio cómplice, dicen ahora apostar por mínimas reformas
cuando solo hay posibilidad de éxito con esta, con la más atrevida de las
reformas laborales.
Con la flexibilidad introducida y con la objetividad
en las causas de despido solo pierden los que hacen negocio con la rigidez
empobrecedora y con la judicialización de las relaciones laborales, es decir,
los malos sindicatos y las malas patronales. Los trabajadores y los empresarios
ganan, y con ellos ganamos todos.
No es posible que ante una misma crisis, sea España
el país en el que sus empresarios, forzados por una obsoleta legislación, más
recurran al despido. La respuesta de la empresa nacional ante esta crisis ha
sido, en un 68% de los casos, despedir empleados, mientras en otros países la
modificación de jornada y salario ha permitido salvar empleos y empresa.
Han tenido que desaparecer 400.000 empresas y
millones de empleos para que la mayoría tomase conciencia de que el despido más
caro del mundo no contribuye a mantener el empleo sino a la no contratación, y
que la rigidez de los convenios nacionales frente a los de empresa, cierra
negocios y no garantiza salarios.
Esta es la reforma laboral que España necesitaba, no
solo ahora, sino desde 2002, cuando tuvo lugar la última modificación sustancial
de la norma laboral. Algunos, como Alemania, llevan ocho años de reformas, aquí
en dos meses ha habido que recorrer todo tiempo perdido.
Especialmente beneficiados con la reforma son,
además de PYMES y autónomos, los jóvenes y los parados de larga duración, cuya
contratación se bonifica con 3.600 y 4.500 euros respectivamente.
El mayor control del absentismo laboral
injustificado y la lucha más eficaz contra la economía sumergida, son también
ejes necesarios de una reforma que, a estas alturas, solo podía ya ser
completa.
Tarde el tiempo que tarde en dar sus frutos este era
el único camino que quedaba, y ya lo estamos transitando.
Miguel
Barrachina Ros
Economista
y Vicepresidente de la Diputación