sábado, 22 de marzo de 2014

SEGÚN UN NUEVO PARTE MÉDICO Adolfo Suárez sufre un "empeoramiento neurológico progresivo"


El expresidente del Gobierno Adolfo Suárez sufre un "empeoramiento neurológico progresivo" que se mantiene en las últimas horas, según el último parte médico firmado por la doctora I. de la Azuela.


El portavoz de la familia Suárez, Fermín Urbiola, ha manifestado que esta comunicación se ha realizado para cumplir con el "deseo de transparencia" de los familiares sobre la evolución del expresidente.

Unas horas antes, el portavoz ha agradecido las muestras de cariño que llega a la familia desde dentro y fuera de España, mientras que ha reiterado que la vida del expresidente del Gobierno está "en manos de Dios".

El portavoz ha dado las gracias a los medios que se encuentran en las inmediaciones de la clínica Cemtro de Madrid, en donde permanece ingresado Suárez, por "el tiempo" que están dedicando, y ha subrayado que la familia nota el calor de la prensa.


Urbiola también ha agradecido el respeto a la intimidad en la que la familia está pasando las últimas horas al lado del expresidente del Gobierno.

8 comentarios:

  1. Cierre de un ciclo histórico.

    Hay seres humanos cuya muerte no sólo representa su desaparición de este mundo como individuos, sino que simbolizan también el final de toda una época, como si su corazón hubiese dejado de latir a la vez que el tiempo que les tocó vivir llegara a su agotamiento definitivo. Adolfo Suárez cumplió un destino singular, al igual que un siglo antes hiciera Antonio Cánovas del Castillo, el de ser el encargado de abrir una nueva etapa de la historia de España concebida para durar largamente y para solucionar problemas antiguos y enconados. La dictadura franquista, con sus discutidas luces y sus exageradas sombras, fue un paréntesis y no, como pretendió hasta su postrer suspiro su principal protagonista, un punto y aparte iniciador de una nueva y dichosa era de estabilidad, paz y prosperidad.

    Los conflictos seculares de nuestra áspera patria seguían vivos bajo el manto silenciador del paternalismo autoritario del longevo general, y estaban prestos a resucitar tan pronto éste desapareciese. Suárez fue el elegido por el Rey y su sabio mentor para pilotar la construcción de una democracia que reconciliase el capital con el trabajo, sometiese el ejército al poder civil, separase amistosamente la Iglesia del Estado y calmase las tensiones centrífugas. La misión fue cumplida con extraordinaria celeridad y habilidad, pero pecó de ingenuidad e improvisación. El arranque tuvo un éxito sorprendente y mereció el elogio más encendido dentro y fuera de nuestras fronteras, aunque encerraba en su interior defectos y contradicciones que con los años han ido carcomiendo las vigas de nuestro edificio institucional hasta el peligro cierto de derrumbe que hoy nos amenaza.

    Quizá haya sido una suerte o una muestra de la misericordia divina que Adolfo Suárez perdiese el contacto con la realidad durante sus últimos años porque no es difícil imaginar cuán grande hubiera su decepción si hubiese sido testigo en plena lucidez de la progresiva degeneración del prometedor sistema que él alumbró en 1977 hasta la partitocracia corrupta que ahora nos llena de bochorno. Suárez se ha ido dejando tras de sí una España en fase de transformación y henchida de incertidumbre. No es el momento para el reproche por los fallos de diseño de la Constitución de 1978, sino del respeto y la gratitud hacia una figura decisiva de nuestro reciente pasado que será siempre recordada en el futuro como un hombre de excelentes intenciones y geniales intuiciones cuyos sucesores en lugar de suplir las fragilidades de su legado con un trabajo serio y responsable de perfeccionamiento, las intensificaron con su oportunismo, su deslealtad, su cortedad de miras y su venalidad. Descanse en paz un gran patriota, un político notable y un hombre de bien.

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  2. Gracias Presidente

    Bueno, malo o regular, según los gustos, pero nadie podrá quitarle ya el lugar en la historia que le corresponde, por haber anidado en el corazón de tantísimos españoles la ilusión por un mañana sin sustos ni continuidades huecas. Desde mi modestia, solo me queda agradecerle en nombre de muchos cercanos que confiaron en él, y ya le esperan al otro lado de la vida, su extraordinaria aportación al bienestar común. Gracias, Presidente. Aunque no acabaras un libro en tu vida, según algunos de tus detractores cercanos, que de todo hay.

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  3. La perspectiva histórica

    Hay que situarse en aquellos años para comprender la repercusión de su dimensión humana en millones de españoles. Los que le dieron la razón y su confianza, y por lo tanto su victoria electoral en sucesivas elecciones. Hablamos de referéndum, elecciones locales y regionales, y generales. Su invento de la UCD —Unión de Centro Democrático—, desde la presidencia del Gobierno, fue el refugio aglutinador de quienes no querían aventuras políticas que sonaban a guerracivilismo ni tampoco una continuidad del franquismo.

    Por aquellos entonces, España salía de una larga siesta política con gran actividad social, sin embargo, en la que los afanes fundamentales eran hallar un lugar en la sociedad para empinar la olla, levantar el techo y cubrir las necesidades básicas saliendo adelante con la familia. Aparte de pasarlo bien en los ratos de ocio y procurar un futuro mejor para los descendientes. Nada extraño ni ajeno a la realidad actual, por otra parte.

    Muerto Franco en la cama de un hospital, para duelo de muchos, oprobio de tantos y normalidad para los más, por mucho que ahora se quiera decir desde la engañifla histórica de que era muy odiado por la sociedad española, el futuro no pintaba halagüeño para quienes querían vivir conscientemente al margen de lo que entonces se decían politequerías.

    Primera Transición

    Y en ese momento apareció Adolfo Suárez de la mano del Rey Juan Carlos I, con el muñidor Fernández Miranda entre bambalinas, hablando a los españoles con una cercanía humana y una proximidad comunicativa tan mundana y normal que hizo a millones de ellos confiar fundamentalmente en su imagen y sus palabras. Aquello de hacer normal a nivel político lo que era normal a nivel de calle caló en la gente, dicho con voz y mirada frescas, casi juveniles, en millones de hogares a las diez de la noche gracias a la tele; hasta el punto de hacer una legión mayoritaria de votantes sin partido político al uso que galvanizara a las masas.

    El único secreto fue la receptividad de la mayoría social que deseaba seguir viviendo con tranquilidad y en paz, a despecho de los cantos de sirena a un lado de la balanza política y los augurios tenebrosos al otro lado. De hecho, hasta la presentida desmembración de la UCD por las ansias personalistas de muchos de sus barones, y la enorme presión en contra del abulense por parte de los poderes fácticos de entonces — banqueros, militares, iglesia y similares —, con la ductilidad del monarca, Suárez siguió contando con el aprecio político, y yo diría que hasta personal sin haberle tratado, de la mayoría de sus votantes.

    Dimitió, y con él se dio término a la primera y más importante etapa de la Transición, y cuando quiso volver, pasado un tiempo, ya se había pasado el suyo. El pueblo español es de mirar hacia adelante, como ya ha demostrado suficientemente a lo largo de su historia, y conducen su vida mirando siempre al frente. Para el pasado están los retrovisores, que solo sirven para comprobar si alguien quiere pasarnos.

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  4. ¿Hay nacionalistas buenos?

    Hay quien distingue entre nacionalismo bueno y nacionalismo radical. "No son lo mismo", dicen. Por lo que también cabe pensar que hay nacionalistas buenos y de los otros. Como Azkuna. Militante de una teoría errada tan sólo por el hecho de haber nacido ahí y de tener dos 'kas' en el frontispicio del DNI. Quien repase serenamente la historia del PNV huiría de sus siglas como de la peste. Un discurrir entre la aberración y el espanto. Sin disparar, eso sí.

    Un Olavarría, diputado del mismo partido que Azkuna, justificó la muerte de la pequeña Anne Ganuza en el hecho de que el Condado de Treviño es castellano y no vasco. Cosas de nacionalistas, tan nauseabundas. En la vecina Cataluña, la Generalitat de Artur Mas ha bombardeado las escuelas con exhortaciones en respaldo al proyecto separatista de su gobierno. Las aulas y el patio de recreo como objetivo prioritario de la propaganda oficial.

    La paranoia nacionalista tiende a culpar a los demás de sus desdichas. El victimismo es consustancial a su ideología. El nacionalismo parte de un planteamiento reaccionario que antepone el pueblo, la tribu, la manada al individuo. De ahí su peligrosa irracionalidad. Pues bien, el elogiado Azkuna, era nacionalista. Pero 'un nacionalista bueno', como a alguno le tengo escuchado en estas horas. También tengo leído a otro que eximir a Marta Domínguez de la acusación de dopaje es 'nacionalismo español'. Bobos son todos los que lo parecen y la mitad de los que no.

    La pregunta que deja tras de sí la desaparición de Azkuna es sin hay algún nacionalista bueno, no en el sentido machadiano del término sino en el plano pura y sencillamente político. Las personas pueden serlo, pero no las ideologías. Y cuando alguien se compromete con determinados postulados, los hace suyos. Y desaparece la inocencia. "El nacionalismo siempre es contra alguien. Contra los otros, con una base de superioridad. Por eso tiene siempre un carácter peligroso, divisorio y violento", decía Vargas Llosa.

    Pues bien. Azkuna, al parecer, gran persona. Sin átomo de dudas, excelente alcalde. Y nacionalista.

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  5. Desengáñese le dijo Carrillo a Suárez antes del Sábado Santo rojo en el que legalizó el PCE- en este país sólo hay dos políticos: Usted y yo".

    Bueno, alguno más había, o ha habido. Aunque no son todos los que están. Demasiados aparecen en la galería de los supervalorados. Como los políticos de la Transición, a quienes estamos a punto de canonizar. No es para tanto. Gregorio Morán, el articulista 'destroyer', siempre dice que "eran unos impresentables". Ahí el caso Miquel Roca, defensor ahora de la Infanta Cristina y antaño candidato de la Operación Reformista, la aventura política más cara de la historia y ni siquiera consiguió un escaño para su cabeza de lista. No tan listo.

    Iletrados y ágrafos

    Adolfo Suárez era otra cosa. Audaz, valiente, intuitivo y un gran seductor. Y al igual que Santiago Carrillo, era un gran iletrado. Le dijo una vez Senillosa a Tarradellas: 'Pero President, tenemos en el Gobierno de España un señor que no ha leído nada". Y el sabio Tarradellas respondió: "Y esa suerte tenemos, imagínese si además lee". Carrillo tertuliaba en la Ser y escribía libros pasmosos sobre eurocomunismos y zarandajas. Tenía envidia de Semprún, alto, guapo, intelectual y comunista. "Carrillo exhibía una cultura raquítica, epidérmica. Menos que mínima. A Carrillo le gustaban las películas de Luis de Funes, con eso lo he dicho todo", recordaba Morán, autor de la gran biografía 'Adolfo Suarez: ambición y destino" (Debate, 2009).

    A la hora del obituario, se arrinconan los reproches y se catapultan las virtudes. Iñaki Azkuna, así, con dos 'kas', ha fallecido tras un abrazo del Rey Don Juan Carlos (ninguna relación causa-efecto) y envuelto en flores y lisonjas. 'El mejor alcalde del mundo', le designó una de esas asociaciones de 'majors'. Azkuna era militante y dirigente del PNV, es decir, nacionalista, es decir, de esa ideología estúpida y dañina que sólo permite afirmaciones y descarta tajantemente la duda.

    Los retratos franquistas

    Le perdonan a Azkuna, por su bonhomía, su talante y su eficacia municipal, quienes se extañan de su adscripción al PNV, el partido hijo de Sabino Arana, xenófobo, racista, totalitario y analfabeto. El fallecido alcalde de Bilbao tuvo gestos valientes y sensatos, lejanos al sentir de su manada.

    Famoso fue el episodio sobre los retratos de ediles franquistas en las paredes del Consistorio bilbaíno. Bildu, asociación de apestosos primates, enemigos de la ducha y la higiene amen de defensores y primos hermanos ideológicos de asesinos, quería retirarlos, por tratarse de 'criminales de guerra'. Eso decían ellos, mamporreros de asesinos de niños. El alcalde respondió: 'No quitaré ningún retrato. Hay que respetar la historia. ¿Quieren éstos que quitemos esos cuadros y ellos llevan 40 años desfilando con retratos de asesinos en las manos?" Bien por Azkuna. También se extrañó de que su partido acudiera a manifestarse junto a Sortu para reclamar la liberación de presos etarras. "Comprendo a mi partido pero yo con esos no voy ni a heredar", dijo farruco el alcalde.

    Cuando uno se lavanta cada mañana con dos 'kas' parece destinado a ciertos ritos, determinadas liturgias, según qué tradiciones. Como ser nacionalista. Una necedad arrogante. Plutarco se burlaba de quienes creían que la luna de Atenas es más hermosa que la de Corinto. La estupidez de sentirse orgulloso por haber nacido unos centímetros más allá o acá de la raya. "Lo característico del nacionalismo es que no hace falta ninguna preparación intelectual para serlo, no hay que argumentar", escribía Savater.

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  6. Desmontó desde dentro el régimen férrero y granítico del que había sido pieza muy activa. Promovió la elaboración y la aprobación de una Constitución que consagraba la Monarquía como forma del Estado. Legalizó los partidos políticos y convocó y ganó las primeras elecciones democráticas celebradas en la nueva España. Audacia, valentía, decisión, instinto político. Nunca daba un paso atrás. Suárez fue la quintaesencia del "animal político" que supo manejarse con tremenda habilidad por uno de los periodos más cambiantes, inquietos y peligrosos de nuestra reciente Historia.

    Maestro de consensos

    Un 'encantador de serpientes', sin apenas lecturas, fumador empedernido, consumidor de tortilla francesa, buen jugador de mus, Suárez logró, en menos de cinco años, transformar de raiz la estructura del Estado mediante apuestas inconcebibles y negociaciones insuperables. Dos de sus principales golpes maestros fue atraer a su idea tanto a Carrillo como a Tarradellas. Dos golpes de efecto imprescindibles para sus planes y sin los cuales, nada habría sido posible.

    El Rey lo descubrió luego. Pero el primero de sus valedores fue Fernando Herrero Tejedor, secretario general del Movimiento, quien le colocó al frente del gobierno civil de Segovia, cargo que ocupaba cuando sucedió la catástrofe de los Ángeles de San Rafael, todo un conjunto residencial situado a las puertas de Madrid que se vino a bajo por la codicia de un grupo de promotores y constructores. Un síntoma prematuro de lo que sería la nueva España del ladrillo y el pelotazo urbanístico. Allí se le vio por primera vez en acción. Un político joven, en mangas de camisa, ayudando a remover los escombros del drama. Una imagen kennediana y moderna. Oportunidad e intuición. Franco no vio mal su nombramiento como director general de Televisión, desde donde, con sólo dos canales y en blanco y negro, empezó a promover astutamente la figura de un joven y desconocido Príncipe cuyo futuro estaba en el aire.

    Diputado luego en las Cortes de la dictadura por su Ávila natal, Adolfo Suárez ya bromeaba con sus amigos cuando le preguntaban qué quería hacer en política: "Ser presidente del Gobierno", respondía. Para llegar a serlo, el destino, tan determinante en situaciones cruciales de su vida, le echó un capote. Se cruzó en su camino Torcuato Fernández Miranda, presidente de las Cortes y monárquico convencido con enorme influencia sobre el futuro Rey. Sin Torcuato, posiblemente la Transición no habría sido posible tal y como la conocemos. Fué él quién, fallecido ya Franco, movió astutamente las piezas de la terna que se le ofreció a Don Juan Carlos para designar al presidente del Gobierno que habría de suceder a Arias Navarro.

    Suárez era un negociador imbatible, excelente conversador, irresistible en el plano corto, habilísimo en la elaboración de consensos y con una capacidad de convicción sin parangón. Desprovisto de un poso ideológico muy firme, pese a su larga trayectoria en el Movimiento Nacional, donde ascendió a la cúspide de la secretaría general, Suárez fue la figura ideal para diseñar los pilares de la Transición. Cualquier otro representante destacado del régimen franquista no habría sabido maniobrar en terrenos inhóspitos o impensables como él lo hizo.

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  7. De la ley a la ley

    Fernández Miranda tenía un talento simpar, un profundo conocimiento de los andamiajes del régimen y una formación política inusual en esa España languideciente. Apostó a fondo por dos jóvenes inexpertos, pero decididos a cumplir con un proyecto casi imposible por el que nadie daba un duro ('Juan Carlos el breve', le bautizó Santiago Carrillo) para redondear la pirueta más increíble de cuantas ha conocido nuestro país en el siglo pasado. La demolición del franquismo desde dentro fue su obra maestra. Y el posterior tránsito a una Monarquía democrática de la que el dictador abjuraba resultó su culminación. "De la ley a la ley" fue la fórmula que ideó para evitar terremotos y enterrar cuatro décadas de un plumazo, sin cataclismos ni derramamiento de sangre.

    En una baza fundamental para la Transición, Fernández Miranda logró que el Rey asumiera su idea de optar por Suárez, y no por Areilza o Fraga, como primer presidente del Gobierno del postfanquismo. Una elección tan arriesgada como descabellada, al decir de la España oficial de la época. Un falangista jovenzuelo desplazaba a un destacadísimo representante del círculo monárquico y a un franquista de acendrado perfil. Pero esta decisión fue la pieza angular en la que se sustentó el edificio de un nuevo país, de un régimen moderno y democrático al estilo de los países de nuesto entorno.

    No sin dificultades, con un Ejército desconfiado, esquivo y a la contra, y un terrorismo desquiciado y cruel, pese a la amnistía que puso en libertad a todos los etarras, incluídos aquellos con delitos de sangre, el tándem Juan Carlos-Suárez comenzó a caminar con paso firme hacia los primeros tramos de la Transición.

    El referéndum para la reforma política de 1976 significó el entierro del régimen anterior y la puerta de entrada a una nueva era, preñada de incógnitas y de dificultades. La celebracion de las primeras elecciones generales, el triunfo de UCD, el partido suarista hecho con retales de diversas familias y sin una armazón ideológica consistente, reforzaba la línea emprendida. Y se empezó a gobernar, a recuperar el tiempo perdido, a avanzar hacia la democracia con pasos decididos y valerosos. Pactos de la Moncloa, reforma militar con la ayuda inestimable de su vicepresidente, general Gutiérrez Mellado, Impuesto sobre la Renta, Estatutos preautonómicos de Cataluña, País Vasco,y Galicia. Los viejos cimientos caían y emergían nuevos vigas firmes y consistentes.

    Reforma tras reforma, el cambio iba cuajando. La democracia se iba consolidando. El tejado de la nueva estructura llegó con la aprobación de una nueva Carta Magna, aún en vigor, la convocatoria de las elecciones de 1979 y la jura de Suárez ante el Rey como primer presidente del Gobierno elegido en unos comicios libres y al amparo de una Constitución. La legalización del PCE, aquel 'Sábado Santo rojo" de 1977, fue posiblemente una de las jugadas maestras de la normalización institucional. El trabajo emprendido por el Monarca y Suárez había culminado. Fue hermoso mentras duró.

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  8. Dimisión y golpe de Estado

    Menos de dos años después, en enero de 1981, acogotado por los militares, zarandeado por los zarpazos del terrorismo, traicionado por su propio partido y acuchillado por una oposición socialista implacable, Adolfo Suárez tiraba la toalla y dimitía como presidente del Gobierno. El Rey ya le había retirado su confianza tras escuchar los reclamos insistentes e imperativos de los cuarteles que mostrarían su faz más fiera con un intento de golpe de Estado el 23 de febrero de 1981, durante el discurso de investidura de quien sería su sucesor, Leopoldo Calvo Sotelo. Esta chapucera intentona, promovida desde las instancias políticas (incluído el PSOE), círculos económicos, la propia derecha de la UCD y, por supuesto la cúpula de las Fuerzas Armadas, en las que palpitaba lo más acendrado del franquismo, ejerció finalmente como antídoto frente a tentaciones ulteriores. El Rey, la derecha gobernante y el Ejército, tumbaron al presidente que enterró el franquismo y se inventó la Transición.

    Un año después, la victoria del PSOE en las elecciones generales cerraba formalmente el capítulo de la Transición. La llegada de la izquierda al Gobierno evidenciaba que España ya era un país democrático y occidental, en el que los derrotados de la guerra civil accedían al poder mediante las urnas.
    Adolfo Suárez fue figura determinante e imprescindible para que todo aquello que parecía imposible se hiciera realidad. "Suárez vivió y actuó como lo que era, porque Suárez era hijo de los vencidos, no de los vencedores", dijo de él Santiago Carrillo. En sus últimos años, antes de perder la lucidez, confesaba a sus próximos que el principal problema de España no era el País Vasco, sino Cataluña. Y quizás avizorando la situación por la que ahora atravesamos, declaró que, en caso de extrema necesidad, la única solución es hacer cumplir la ley. Sin dudas ni titubeos.

    Tragedia y drama marcaron la vida del héroe de la Transición. Los suyos le sacaron a empujones del poder, filisteos miopes y mediocres que perecieron luego sepultados entre las ruinas de su propio templo. La tragedia se cebó también en su vida familiar y personal. Un mal genético y terrible golpeó mortalmente a su esposa y su hija mayor, dos zarpazos inclementes imposibles de encajar. Finalmente, en el último tramo de su vida, quizás la Providencia se apiadó con generosidad y lo sumió en las tinieblas de la desmemoria. El piloto de la Transición, codo con codo con el Rey, ya sólo vivía para olvidar.

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